comienzo a saber algo.
Voy cayendo,
en la duda
o a tierra,
y sin llegar al fondo
sube hacia arriba
la primera verdad,
contraviniendo el prejuicio cartesiano
que prohibía
a la manera escolástica
-hipócritamente negada-
la mixtura de un error y una verdad
en el mismo pensamiento
en la misma décima de segundo.
Arrojé una moneda al pozo
-según ordenan los deseos-
y al mirar encontré el eco de mi cara
tembloroso,
muy lejos de ser narciso,
habiendo menester
de que a mi soledad,
a la imagen
le respondiera
-negándola-
el reflejo de una voz.
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