16 de mayo de 2013

Ejem, materias pendientes

Todo hombre selecto aspira instintivamente a tener un castillo y un escondite propios donde quedar redimido de la multitud, de los muchos, de la mayoría, donde tener derecho a olvidar, puesto que él es una excepción de ella, la regla «hombre»: - a excepción únicamente del caso en que un instinto aún más fuerte lo empuje derechamente hacia esa regla, como hombre de conocimiento en el sentido grande y excepcional de la expresión. Quien en el trato con los hombres no aparezca revestido, según las ocasiones, con todos los cambiantes colores de la necesidad, quien no se ponga verde y gris de náusea, de fastidio, de compasión, de melancolía, de aislamiento, ése no es ciertamente un hombre de gusto superior; mas suponiendo que no cargue voluntariamente con todo ese peso y displacer, que lo esquive constantemente y, como hemos dicho, permanezca escondido, silencioso y orgulloso, en su castillo, entonces una cosa es cierta: no está hecho, no está predestinado para el conocimiento. Pues si lo estuviera, algún día tendría que decirse «¡que el diablo se llene mi buen gusto!, ¡pero la regla es más interesante que la excepción, - que yo, que soy la excepción!» - y se pondría en camino hacia abajo, sobre todo «hacia dentro». (Nietzsche, Más allá del bien y del mal.)
Tener un castillo. Poseer una fortaleza para huir. Son muchos, por lo menos varios, los castillos. Tantos como los hombres selectos. Un castillo buscado, no uno en el que te pierdes (¿qué habías ido a buscar?) como el de Franz Kafka. Nietzsche no busca la Gracia, quiere la redención en la huida, en la diferencia de la multiplicidad, no quiere estimarse como un hombre de la muchedumbre (Poe), un cualquiera, una x que no esconde más, despejada la incógnita, que una quantité négligeable.

El hombre selecto posee una voluntad cuya fuente es el instinto, no la lógica, y que no quiere rememorar sino  lo contrario, el olvido. Se fuga de la multitud, huye de la sociedad y del pasado. La razón y la memoria asfixian la experiencia vital, y si la razón se aplica al pasado el veneno es doble y el daño cuádruple. ¿Qué puede venir del pasado sino dolor?

Quien emprende la fuga hacia el castillo, por mediación de esa libertad del cuerpo que se denomina instinto, busca habitar en el mito, no en la lógica. De la lógica, del método racional, se obtiene el fruto amargo del saber. El dolor en forma de muerte y trabajo. El desgarramiento de la experiencia de la conciencia, la expulsión del paraíso. También el selecto debe pasar por el momento del saber. En caso contrario, ¿qué pruebas íbamos a tener de su condición privilegiada, fuera de regla?

El individuo selecto, y lo que lo califica como selecto es la superioridad de su gusto, la altura de su mirada, llega a serlo cuando también él, con carácter voluntario, ha decidido conformarse a la regla que luego niega. Primero la "humanidad", libremente adoptada; luego la "sobrehumanidad", lo que viene determinado por la fatalidad o por el instinto. Podría creerse que la proposición nietszcheana del cuerpo (alegre y doliente, mortal y rosa) como sustancia de la vida tiene que probarse, dar con una piedra de toque: debe mostrarse a sí mismo, pues no hay otra regla fuera de él, que en el escenario de la razón común él no es menos que nadie; que no valora el cuerpo a modo de coartada para su dificultad de controlarlo; que si lo dispone como verdad de las cosas es porque se le figura el resultado lógico, la conclusión del viviente entre los vivientes que ha comprobado el valor de la compasión y percibe que su meta es la sola pasión; que ha comprendido el valor de la necesidad aceptándola como libertad más propia. Decir que sí, decirlo infinitas veces.

Retornar al mundo: nada más fácil que estar solo, soltarle al espejo una verdad, repetir el discurso y escuchar los ecos en las estancias del castillo. Un poco más complicado es soltar la verdad a otras gentes, otorgarles la buena nueva. La tentación de la verdad interior. El solitario que ha ascendido quiere volver, una vez más, al mundo. El camino, la verdad, la vida. Un anticristo que lo dobla, al Cristo que dijo esas tres cosas; Zaratustra que baja de su cueva, de la soledad de sus animales. Quien está demasiado solo corre el peligro de encontrar un alma, de volverse cristiano, de verse engañado encontrando en su interior algo más íntimo que a él mismo. A Dios. Y para huir de Dios conviene esconderse entre la multiplicidad de los cuerpos, la regla y la norma. A esta mundanidad deseada, para corroborarse a sí mismo el hombre superior que en efecto él es un hombre superior, le corresponden como estados la náusea, el fastidio, el placer y el dolor más o menos agudo. Es decir, la existencia como gravedad y deber. En este o contra este conocimiento en común, esta con-sciencia, debe probarse el ser diferente, el hombre excelso, selecto entre los selectos, que el concepto que tiene de sí mismo no se limita a la vanidad de creerse un alma bella.

Por supuesto Nietzsche está hablando de sí mismo.

1 comentario:

Julio Gonzalez dijo...

Muy interesante el análisis, es de gran utilidad para un lector novel de Nietszche como yo, creo que lo esencial lo había entendido bien, muchas gracias Martín