No voy a poner en duda el buen criterio o intención (la bona mens política o prudencia antiguamente) de los gobiernos. Sin necesidad de llegar a ese punto, no se evita, sin embargo, la impresión de estar reviviendo la época de la Restauración. Un momento histórico en que la política dejó de poseer sentido, unos cuarenta años después de las ilusiones restauradoras (más o menos como ahora). Los resultados, los fuimos viendo después.
Entonces, con respecto al presente, no alcanzamos a comprender el ejercicio de irresponsabilidad por las medidas tomadas: parece que Bruselas lo impone todo, y que la política se limita a la administración de las cuentas, siendo las personas meros entes contables. Hay unos límites, unas líneas rojas: el paro, el hambre, la salud, la desesperación. Podrían sobrellevarse muchas penurias si se predicara con el ejemplo, si se aportara ese trigo. La percepción es muy otra: que en el reino de la administración financiera de la cosa pública el primer principio de la nueva ética consiste en la desvergüenza más prepotente. Por cualquier lado. Y así no.
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