"De la justicia" ha sido tradicionalmente el subtítulo por el que se ha conocido, señalando su tema, la República platónica. "De la república", podría ser el subtítulo, también temático, del magnum opus rawlsiano: su Teoría de la justicia. Los puntos de partida, las perspectivas, tienen que ser diferentes: en el mundo antiguo la ciudad viene, por norma general, dada por naturaleza. Antes o simultáneamente que racional, el hombre es social. No existe la libertad de entrar en una sociedad, no se es primero bárbaro para luego pactar dejar de serlo... Se es social por naturaleza, genéticamente. En el mundo moderno, la sociedad y la política que genera, constituyen, sin embargo, un artificio, el fruto de una decisión y un contrato. Quien o quienes deciden dejar de ser primitivos (salvajes, bárbaros) y entrar en civilización, convivir, deciden, antes de todo, las reglas o procedimientos, fijan a priori (sería lo ideal) su modo de operar. En el mundo moderno, más o menos así. Lo que el platonismo supone, sin embargo, es una especie de caída desde el estado de naturaleza (¿la Ciudad de los cerdos sería equiparable al Edén?), un olvido de la norma... un mal que debe ser curado, un bien social que tiene que ser reconstituido a posteriori. Esto es, que alguien, el sujeto político perfecto, debe contemplar las verdades inscritas en el cielo y bajarlas a la ciudad de Atenas o cualquier otra que se le parezca, si se pretende trazarla de nueva planta. Un sabio debe gobernar, como una salida excepcional a la crisis de la democracia ateniense, al olvido de la justicia convertido en guerra civil. La falta de teoría tenía consecuencias bien prácticas: la muerte del más justo de los hombres, de Sócrates, aquel por el que bien valdría que una ciudad se librara del fuego (¿resabios bíblicos de nuevo?). Entonces, se puede pensar que es a partir de la articulación diferente entre ignorancia y justicia el modo de relacionar las doctrinas de Platón y Rawls. No hay nada positivo en la ignorancia platónica, en la escena de los prisioneros de la caverna que condensa el mal político ateniense (el mal gobernante y la mala política). Se trata de un punto de llegada y de retorno únicamente a través de la vía excepcional de un sabio metido a guardián de la ciudad (o a la inversa, si el milagro cupiera; como parece que no, Platón lo fía casi todo a la instrucción, lo que por otra parte quizás represente un optimismo pedagógico que no casa del todo con el pesimismo del adalid de los gnósticos). Sin embargo, la ignorancia, el velo que recubre nuestra verdad social, constituye el momento fundacional y única posibilidad de legitimidad y justicia en el contractualismo rawlsiano. No sabe el ciudadano ni quién es ni cuál ha de ser su destino. Por eso fija unos mínimos garantistas. (Podría ser el pensamiento político de Robinson en su isla o el de los niños perdidos y salvajes si se ocuparan de estas cosas.)
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