Imagen o poema:
Desde que ha empezado el calor asfixiante, aparte de pudrirme un poco -por fuera y por dentro-, no he dejado de ver palomas muertas por las calles de Madrid: junto a los árboles, en las aceras, aplastadas contra la calzada (planchas de papel, como en los dibujos animados). Algunas mueren de infarto de miocardio, como la que vi el otro día junto al Gran Hotel Conde-Duque: del pico le salía un reguero seco sangre que descendía unos centímetros por las junturas del empedrado. Otras se dejan atropellar entre las ruedas de los coches por el atontamiento causado por el calor. Otras se suicidan desde las ramas porque no tienen fuerzas ni para desplegar las alas.
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