La felicidad natural consiste en una absoluta transparencia
lingüística, en una como rigurosa correspondencia entre voz y mundo. Una vez
abolidos, cristal y sujeción, quedan los destellos del mundo no dicho, el
universo que ha estallado en mil brillos innombrables. Sin embargo, yo pienso
que mirando así -al afuera perdido, el cúmulo de los seres ahora indecisos- seguimos presos del esquema, de las cadenas racionalistas; que
seríamos mucho más y verdaderamente libres si hacemos radicar la felicidad en
la contemplación de los fragmentos lingüísticos, sin pretender enhebrarlos unos
con otros, y ahora sí realmente absolutos, átomos de una felicidad que nada más
se vive y recuerda a cuentagotas. Todos los sentidos olvidados. Dejando de pensar de una vez que el lenguaje conecta, y que de esa forma dominamos y crece nuestra empresa.
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