La Historia (la de los historiadores; el conocimiento en tanto que investigación, en ningún sentido como narración sola) deshace los mitos ciudadanos. Estos (como tal República o tal Siglo de oro o Edad de Plata) se acaban asentando en la mentalidad desconocedora de los individuos instruidos por obligación, después de principiar igual que todos los hechos: por la sinrazón de unos o la cabezonería de otros. Comprendemos los errores de la gestión económica de un período muchísimos años después de que tales yerros abocaran a una guerra (aunque no solo ellos). Entonces, ¿por qué vamos a confiar en la ingeniería económica de ahora? Si los hombres son iguales y no aprenden nada en sus duras testas (la instrucción obligada solamente parece servir para desecar las energías juveniles o evitar una previsible carrera delictiva), yo no sé por qué deberíamos tener fe (nosotros que hemos seguido leyendo libros voluntariamente, con el fin de evitar otros crímenes). Por eso digo que la Historia es enemiga de la existencia, porque arranca de raíz la creencia. A lo más queda la sucedánea de esperar cada día lo que inventan los gurús en los periódicos.
Hace un calor espantoso en la calle, dan el partido por la televisión, el viento ardiente se cuela por las rendijas de las persianas y yo no tengo ni una idea propia. Me he limitado a tomar la plantilla de Nietzsche y aplicarla a algo que estoy leyendo sobre la II República española.
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