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15 de mayo de 2010
Comentarios a la luna
No está la filosofía empirista del lenguaje (verificacionismo) en el origen del relativismo postmodernista (a la postre, la ley del más fuerte) y de la jerga sociapedagógica. Antes bien: lo que se da, me parece a mí, consiste en una convención arbitraria por la cual a los sucesos observables se les etiqueta de una manera interesada, sesgada. Que esto lo efectúe el mismo psicólogo empirista que ora en nombre de los sagrados sense data, no empece para nada que haya producido, él mismo, una contradicción en su empirismo. Esto es, que dado el esquema estímulo-respuesta (enseñanza docente, aprendizaje del alumno), denominar motivación a la resolución positiva del esquema (yo te enseño, tú salivas) no significa más (no implica más) que denominarlo azar de la vida o serendipity. ¿Es que no queda claro que a lo que ven los ojos, en la realidad o en el pseudolaboratorio del psicólogo brujo, se le ha adherido un flatus vocis? Esto es: que no hay una renuncia a cualidades oscuras o invisibles, como podría serlo la voluntad, en el abuso que practican determinadas ciencias sociales (sedicentes), tanto en lo que dicen como en lo que observan, sino que se da, opino, una sustitución de esa misma voluntad, tal y como se estipula su definición por ejemplo en Kant, en la cual no se presenta ninguna invasión del campo de los fenómenos (sino más bien su respetuoso rodeo), por términos (como el de motivación, v. gr.) a los que nadie ha invitado a la fiesta: excepto quizás la mala fe, en la forma de una intención de propalar la abdicación definitiva de la responsabilidad.
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