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31 de agosto de 2009
Es que no lo puedo evitar…
Me refiero a la antipatía que siento hacia el personaje de Manuel Azaña. Supongo que este prejuicio nacido del desconocimiento, como todos, me lo tendré que deshacer, y que seré capaz de ver los ribetes de generosidad y prudencia política. De momento no me viene esa inspiración. Asienta Azaña que el país ha dejado de ser católico… y puedo aceptarlo, disculpando inclusive lo que tiene de profecía de autocumplimiento. Sostiene un ideario laico de la enseñanza, y tengo que estar de acuerdo, y también con que la religión pertenece a la conciencia de cada uno… Y entonces se produce el salto argumentativo suyo y mi particularísimo e insignificante descorazonamiento. Pues una escuela laica significa para el presidente de la II República que los religiosos no deben tener el privilegio de enseñar, puesto que emponzoñan las conciencias. Será, no digo que no. Pero, entonces, ¿a qué sacar a relucir la religión según la santa conciencia personal –si se proscribe la influencia sobre ella? Habrá prudencia, pero yo veo zorrería en estos manejos y vuelo muy corto. No creo que fuera necesaria la prohibición de la enseñanza privada religiosa. Hubiera sido mucho más maquiavélico, y útil a la larga, dejar hacer y agarrar a los eclesiásticos de ese derecho concedido. ¿No?
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