Sostenía el inspector de educación e histórico líder socialista republicano que los maestros, en tanto tales, estaban fuera (no tenían que estar dentro) de los partidos políticos, aunque como individuos era distinto... Sin embargo, escribe también Llopis que en terrenos como la justicia y la educación es inevitable que la política sea una fuerza actuante, con legítimos títulos. Por eso, se espera del magisterio un compromiso de convicción con la República, que es la España que hay. El que no esté por la labor... que deje de ser maestro.
Muy bien. La ética de la convicción puede sobrellevar los disparates y las imprudencias históricas. Los cristianos sobrevivieron a los leones (aunque una guerra civil es peor). Para mí la cuestión no es ésa, sino una de mala fe (sartreana) que se puede derivar de las palabras de Llopis.
Veamos: El maestro proRepública tendrá concedido el beneficio de actuar como persona individual. No se le podrá acusar de confundir su trabajo con la militancia política. Por contra, el maestro antiRepública (por definición, lo es el no convencido) tendrá el perjuicio de la duda, la certeza de su culpabilidad más bien. Porque se habrá atrevido a profanar su sagrado deber magisterial, a través de la relación prohibida con una ideología política inconveniente. ¿Él ha dejado de ser persona?
(Las palabras de R. Llopis en: C. Lozano, La educación republicana, 1980, p. 97)
Luego están las palabras emocionantes y generosas de Unamuno, de su última ínauguración rectoral. (Encartadas en el mismo estudio de C. Lozano, que tampoco oculta el sesgo doctrinario.)
A mí estas confusiones de mis derechos (absolutos) con tus deberes (incondicionales), pero no al revés, me siguen produciendo amargura. No puedo dejar de pensar que la estupidez está detrás de los crímenes. Estupidez, no. Llámalo imprudencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario