Convaleciente de la G. I. A. (eso ponía el médico; no se, no sé), estoy a solas con Jünger, excepción de lo doméstico, que el ego puro se prohíbe, aquí en la bella localidad turístico-costera de Á.
Ahora bien, en torno a la figura del turista: abominamos de ella como de la mayor execración que produjeron los siglos en el significado noble de la humanitas. Abominamos y luego comulgamos en lo mismo. Jünger viajando por el lejano oriente, en Angola o en Roma. Nosotros que lo leemos, turistas (¿No damos vueltas?) de la página ajena, curiosos sedentarios puros (pero obligados a la gimnasia por la salud, la misma cuya falta nos hace sentir fulminantemente impuros).
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Pendiente el África fantasmal de Michel Leiris, pues incumplimos sistemáticamente (no meramente por nuestra involuntad) los planes veraniegos de lectura.
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