5 de junio de 2012

Por la tarde

Pues no hay mucha gana de escribir. Escribo que no hay ganas de escribir, y sí algo de miedo. Miedo siempre tienes.

Releemos lo escrito hace unos pocos años y no está tan mal. Realmente no está tan mal. A veces hasta se entiende. Quien es ingenuo cuenta verdades, incrementa el mundo de algún modo. Hoy, lo mejor que he hecho ha sido mentar en clase lo de los estereotipos nacionales (no dicen de sus objetos, sino de los prejuicios de los sujetos que los cultivan) y librar al santo Diógenes el cínico del síndrome que le adjudican. Diógenes: que se contentaba con un tonel, un hatillo y una linterna y que no quería otra economía que el comunismo del sol, y quizás de las playas. Al contrario que el agrio Platón, que podría, en sus peores momentos, pasar por mesetario (según el estereotipo, naturalmente).

Supongo que la linterna es un artefacto retórico: por el día las cosas las despeja el sol, y por la noche la luna alcanza para perfilarlas y para guiarnos. No quedan, al cabo, más que estos dos intereses del hombre: el teórico y el práctico. Pero encontrar hombres, buscar una ciudad, requiere un esfuerzo mayor. No basta con la luz natural sino que se precisa la que tejen la voluntad y el ingenio. Dando a entender que el que puede (técnicamente) sobrepasar lo dado, la naturaleza, debe (moralmente), y quizás tenga que regresar a esa caverna (platónica y colectiva) que Kant quiso ceñir al corazón del hombre, angustiándolo. Ean la filosofía siempre: las estrellas, la mirada distante, y la vuelta, a nuestra fragilidad. Quien vuelve es porque ama.

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