... que el odio (del cual cada uno posee un conocimiento cuya rotundidad soporta la piedra de Cartesio) se encierra tras la frente. Concretamente detrás de los ojos. Bastaría con una mirada profunda para que los demás lo vieran, pues no se encuentra nada más material y pesado que esta pasión.
Antes o después me imaginé que los acontecimientos (del tiempo desaparecido) no pesan.
Antes aún, de esto estoy seguro, supe que nos perdemos en el mismo mundo de objetos al que hemos reducido nuestra vida. Hasta el punto de que un amor sin objetos presentes ya nos parece incomprensible e imposible.
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