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30 de septiembre de 2014
Una pena en el tiempo. Se abriga el temor de que la vida no transparece en la escritura. Que ojalá que hubiera acontecimientos, aunque fueran superficiales, que reseñar. Que fueran superficiales, sobre todo. Sin profundidad impostada. Se teme que en lo escrito no comparezca mas que la ficción del acontecimiento, el reflejo de una superficie, nada. De repente salta el aguijonazo, el pecado de origen, la culpa gris. No debe importar la forma, el amaneramiento en el decir. El dolor recordado es plenamente material y sobreviviría aunque el papel se deshiciera en fragmentos arrojados al viento. Lo que dolió una vez se ha convertido en piedra.
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