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5 de agosto de 2010
Perspectiva
Yo no estoy al lado del mar, sino en una esquina de la terraza. Anochece antes: la naturaleza no quiere excederse en la cantidad total de luz que otorga cada año. Los quince o veinte clientes (una pequeña ciudad, a las afueras) son, en su mayoría, jovenes. Están sentados alrededor de las mesas a las que dan un poco de sombra dos higueras grandes y algunos olivos jóvenes. A esta hora ya no hace falta. Anochece, han encendido los focos que han colocado en medio de los árboles, encima del tronco. No hay mar, yo solo tengo aquí dioses modestos. Quizás no necesite otros que éstos: restos crepusculares que se quedan cuando un sol negro y frío ha abandonado la Tierra, deshabitándola.
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