23 de diciembre de 2006

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La imposibilidad de leer a la luz de la crítica en un sentido popular.

La necesidad de leer en sentido filosófico (Paul Ricoeur: Tiempo y narración).

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Qué difícil establecer una conexión histórica, en relación con las significaciones básicas de la cultura, entre maestros y discípulos. Yo creo que resulta impensable, para mí (no quiero trasladar el pecado), el paisaje mental de la vida agustiniana. Requiere un ejercicio tal de abstracción vital, de separación de uno mismo de las capas y capas de cultura y (fundamentalmente) técnica que se han ido depositando en la más mínima interpretación de lo que hacemos, que se necesitaría ¿la tenacidad de un monstruo?, ¿un ser al margen? Pero no termino de estar de acuerdo con la ironía, o quizás no la comprendo: las superficies de ocultamiento cultural, el exceso de informaciones que se acumulan en el camino hacia la verdad interior, quizás dejen resquicios, posibilidades de fuga y de transmisión ideal. Por esa razón los clásicos siguen siendo válidos (i. e., clásicos); inhumanos (sobrehumanos, ¿cómo?) en algún caso, como el discurso atemporal, universal, del platonismo. Y girando el argumento (¿los argumentos giran?, ¿son el vértigo de nuestras mentes?: pero esto no importa), tampoco cabría esperar la solución en la nueva y potentísima fe tecnocientífica, informacional o como quiera que se llame la iglesia, con todo su esplendor electrónico. Puede que la huella, la traza de lo común, entre aquel mundo y el nuestro no corresponda a una transmisión positiva, sino a una especie de hueco, como una carencia, las disposiciones/necesidades metafísicas/antropológicas de nuestro pequeño hombre de Kaliningrado. Por todo, y seguro que por más, la definición escolar de verdad, y los cortes dentro de ella, nuestra afición a las simetrías (denotar-connotar, sentido-referencia, significante-significado...), la culpa que sentimos a causa de la afición misma (entonces se practican largas críticas), no va tanto a mirar los fallos del alumno, sino en el sentido en que todos lo somos, en lo difícil que es ubicarse en la posición (es redundante; ¿también en sentido social?) de maestro, porque requiere un exceso de convicciones que no siempre están a mano, o no lo están de la misma manera.

¿Qué tiene que ver el misticismo de un nombre propio asignificativo, casi prelingüístico, con (en el otro extremo, y si lo recuerdo bien) una distribución/asignación de las significaciones, de las referencias, socialmente reguladas: Russell vs. Kripke? ¿Quién/qué pone los objetos en el mundo? ¿Desde fuera del mundo, entonces?

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Interioridad: no yo frente al espejo; detrás de los dos; un segundo espejo, otro par de ojos (pero que no sean humanos!)

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El espectador proyecta su soledad sobre la historia, la dirige al personaje y lo convierte en un voyeur: el que en ese momento no puede pasear y perderse entre la muchedumbre. Por eso inventa el mundo, autosuficiente, ¿necesitado de la belleza que invade?

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