5 de junio de 2020

Augusto Villares, temeroso del viento que arrecia y promete no parar, sobre todo cuando llega traicionero por las noches en urbes secundarias y vacías, aconseja a sus amistades que cualquier labor del día la emprendan con el mismo rigor, paciencia y metódica inquisición con que enfrentan la articulación de esperanza y cosmología en sus trabajos académicos. Pedir el cazo a la pareja en cocinas de metros tasados (Alcánzame el cazo mediano, Lola, por favor, que es hora ya de preparar la sopa) debe prestarse a la misma sorpresa maravillada que la detección de los restos lejanisimos de una supernova. Idéntico asombro e incredulidad, la inquietud del mundo en sus gozosas primicias, se aposentan en el ánimo, arguye Augusto, fiel creyente de Godofredo Germánico y su apóstol Manuel.

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