15 de junio de 2020

Alcuino Montalbano tiene dispersos los muchos libros que ha ido acopiando, por diferentes casas y ciudades del sur. Desconoce, en rigor, el tamaño y catálogo de su biblioteca, la cantidad y los títulos. Siempre ha conducido su vida en estos respectos como un Diógenes pobre que cree que no va a haber un mañana, y por eso atiborra su tonel con los productos de la sabiduría de otros. De los libros saldrá la luz que alumbre caminos, estaba convencido. Ahora es viejo y no lo está tanto. Hoy le vino un ataque de nostalgia, pero no referida al pasado, o sea la patria, sino hacia el futuro, lo desconocido o el no ser. La máquina de la palabra, su obra, es fundamentalmente la que han ido construyendo otros, de abajo arriba, como debe ser según afirman los ingenieros. Una obra de épocas, de milenios, de eones, hiperboliza Alcuino, en la que muy poco resta de los individuos que han ido labrándola. Porque quizás la labor ha sido más por razón del cariño del orfebre que por las prisas y ambición del ingeniero. La una viene del respeto humilde, la otra de la ambición de una cruza entre sísifo y prometeo. A saber... Alcuino está confuso y se pierde y nos pierde acerca de sus intenciones. ¿Qué quiere decirnos? Quizás piensa en nada cuando mira por la ventana y ve pasar los coches.

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