2 de abril de 2016

De historia y libros

Muchas de las cosas que cuenta Antonio Cazorla me traen recuerdos de lo que yo oía de niño. En mi familia se hablaba con horror del único año que denominan por su número aquellas personas habituadas a la cronología intemporal de las estaciones: “el cuarenta y cinco”, decían, el Año del Hambre, cuando en el campo no creció nada, cuando nadie tenía lo suficiente para pagar los precios del pan en el mercado negro, cuando la gente se caía muerta por la calle, con la barriga hinchada de comer hierba. Ni siquiera en los países más devastados por la Segunda Guerra Mundial hubo una hambruna tan mortífera. “Los que murieron fueron los pobres, especialmente si además eran vencidos”, escribe Cazorla. “De su muerte y del hambre se beneficiaron otros: los ricos y los vencedores”. (A. Muñoz Molina, hoy en Babelia)

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