30 de abril de 2016

Hemerotecas

Hannah Arendt fue tan valerosa y tan desafiante cuando acertaba como cuando se equivocaba. Y como les pasa a veces a las personas muy adiestradas en el pensamiento abstracto y en los debates de ideas, no parece que tuviera mucha perspicacia para juzgar a los seres humanos reales. Su lucidez ante el totalitarismo no la ayudó a comprender los procesos mentales ni la vileza íntima de gente que lo había apoyado y ejercido. Nunca llegó a aceptar que su venerado maestro y amante de la primera juventud, Martin Heiddeger, no fuera otra cosa que un nazi, un cínico miserable que después de la guerra se disfrazó de viejo ermitaño filosófico para eludir su colaboracionismo con los matarifes. (A. Muñoz Molina, en Babelia, hoy)
Uf.

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