Cito de un texto de Andrés Amorós, en Libertad digital, que escribe de Cortázar que escribe un cuento ("El perseguidor") en donde la voz narradora pertenece a un crítico de jazz ( alguien que escribe, en suma) que se ocupa de Johnny Carter, un genial músico de jazz ( el único que no escribe, trasunto de Charlie Parker). Las voces críticas, los registros escritos, van sedimentando grados de irrealidad sobre la creación sonora, [ alejándose cada vez más, por mediación de esos escalones textuales, del instante eterno. Esto, válido para la música, podría ocurrir también con la sabiduría*. En el concepto, lo mismo que en el sonido. Lo absoluto desaparece en el papel, y en el disco. Aunque qué hermosas esas fotografías antiguas en blanco y negro o en color desvaído. Sepia, tiempo.]:
La voz narradora, en el cuento, es la de un crítico de jazz, un ejemplo del intelectual algo snob, que no puede dejar de envidiar la grandeza trágica del músico:
*Esa diferencia entre diálogo y sistema, que intenta desesperadamente salvar, del lado de la oralidad, la Opera platónica.Envidio a Johnny, envidio todo menos su dolor, cosa que nadie dejará de comprender, pero aún en su dolor tiene que haber atisbos de algo que me es negado.
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