Twain se había fijado públicamente un objetivo: decir la verdad sin reservas a propósito de su vida, sus contemporáneos y su época, y, al cabo de más de tres décadas de tentativas autobiográficas, llegó a la conclusión de que «un hombre no puede decir toda la verdad sobre sí mismo, aun cuando esté convencido de que nadie verá lo que escriba». (...) Para decir la verdad servía mejor la ficción, ya fuera ficción autobiográfica, es decir, el recurso a experiencias y anécdotas personales para Las aventuras de Tom Sawyer (1876) o Las aventuras de Huckleberry Finn(1885), o autobiografía de ficción, presentación de ficciones bajo forma fingidamente autobiográfica, como en el caso de la Autobiografía (burlesca) de Mark Twain (1871). «La verdad es que mis libros son simplemente autobiografías», dijo alguna vez (...) más allá del mundo tangible, sensible, anecdótico, la verdad profunda eludía ser dicha: lo íntimo resultaba lo indecible que quería ser dicho y nunca llegaba a decirse, ni hablando para oídos de dentro de cien años. En la primavera de 1899 Clemens se declaraba desanimado ante su inhabilidad para ser veraz y convertía su proyecto autobiográfico en una galería de retratos de contemporáneos con los que había tenido contacto personal. Las biografías ajenas ocuparon entonces el lugar de la autobiografía...La vergüenza y la repugnancia malogran la mirada interior, el desnudamiento del alma, al decir de Twain. A causa de esta incapacidad radical hay que cuidarse de las autobiografías.
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29 de junio de 2014
De re autobiographica
Justo Navarro, en Revista de libros:
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