Yo no sé cómo empieza una amistad, pero sí cómo no llega o se termina: cuando hay demasiado para argumentar, cuando las ideas ocupan un tiempo que no les corresponde. La amistad también es asunto de pragmatismo, y el tiempo de vida parece escaso para tanto esfuerzo en los medios.
No se debe desestimar nunca la capacidad de la tontería para deshacer pueblos e historias. Una de sus formas más actuales está en la pretensión de que legisladores y ciudadanos tienen que cumplir las leyes por igual. Quien representa la autoridad, debe ser modelo de la conducta ciudadana, un ejemplar que legitime a la vez su condición de autoridad y la eficacia de la norma. Esto representa, al final, un disparate: basta con que los díscolos ciudadanos (que, no se olvide, volverán a su condición egoísta en cuanto puedan) decidan no reconocer la norma (no nos gusta, nuestra opinión es otra) para que la autoridad se deslegitime. Entonces, perdida su ejemplaridad, no le queda al político más que la peor de las salidas: adular al vulgo de ciudadanos, comprarlos, clientelizarlos, pasarles la mano por el lomo (es por tu felicidad radical), etc.
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