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19 de agosto de 2010
David Hume
Los objetivos propuestos nos hacen tenernos en mucho menos de lo que somos y lo que podemos. La condición ancilar de la razón, con respecto a las pasiones, radica en esta suposición (o posición final) de la propia dignidad como medio para otra cosa. De ahí a imaginar la condición infernal de cualquier relación (dos subjetividades ejerciendo, o intentándolo, un dominio mutuo) solamente hay un pequeño paso. Se da, sin mayor problema, en las sociedades avanzadas. Al olvido de esta frustración (en los medios y en los fines), ¿se le puede seguir denominando felicidad?
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