19 de diciembre de 2008

Mañanitas de Salinas

Por la escalera de la colmena bajamos lentamente, unos detrás de otros, con cansados gestos de saludo, extenuados ya a primera mañana. Para qué íbamos a hablar, para qué íbamos a tener prisa en salir a la calle, a esta ciudad que en los días fríos de diciembre parecía la antesala del infierno, según algunos, pero más helada, añadían para confortarnos. Unos somos más viejos, otros más jóvenes. Cabía, hasta hace poco la esperanza de que nos admirásemos mutuamente, complementando carencias respectivas: el vigor perdido en los mayores, la falta de experiencia en los más jóvenes.

Ilusión vana: para los más jóvenes la calle es una pista de danza y sortean entre los coches los penúltimos abrazos, esquivándonos a nosotros igual que a los coches, volando a otros países donde para mí la nieve es negra (contrariando la definición de la verdad y la beldad: la neige est blanche, snow is white).

De esta manera ingrata va hilando el tiempo su vestidura: una cara risueña y un envés de sombra.

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