28 de octubre de 2007

El tiempo acompaña...

... y pinta de gris el ánimo de los pocos viandantes. El gris debe ser el color de nada. Del mundo antes de ser hecho: del mundo vaciado antes de que un demiurgo se ponga manos a la obra: del mundo de antes de la luz (aunque ésta sea otra historia: otra narración).


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Ha cambiado, de veras, la pequeña ciudad a lo largo de estos años en los que yo me siento un poco más huérfano (todos los somos, sin saberlo) y dueño de lo que hago y de lo que no. Quizás no sea ni una pequeña ciudad, pero yo pienso que ese tipo de calificaciones no importan demasiado: si llegan, bien, pero ya está. Lo que sí importa es la modificación del espacio: una vez que se tiene interés en observar, pero sin creer demasiado en lo que se está viendo. Por eso (y por otras razones también) uno mismo no construye, no va a dejar huellas materiales de su paso: esa ingenuidad o ese valor no los tiene cualquiera, esa modestia del trabajo visible (aunque haya de consistir en edificios grandiosos; la megalomanía arquitectónica es otra cosa, claro).


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Vamos a contar que se sueña: que el que no escribe puede vivir, empezar de cero, empezar de nuevo...


Y la maldad de quienes destrozan los cuerpos y las almas: los amigos del odio, destructores de las construcciones de la amistad...


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