17 de agosto de 2008

El desierto

Conforme pasaban los días iba adquiriendo una certeza que vencía sus dudas anteriores, igual que un color que va desplazando a otro sin prisas: tratar de vencerse a sí mismo y a nadie más, él solo, el único.

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El número de crímenes de las utopías políticas (fascismos, comunismos, -ismos en general) no añade nada a su carácter criminógeno. Solamente que el abuso de las cifras, al alza o a la baja, delata una segunda intención reincidente.

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El uso propagandístico, que perjudica al otro ideológico, beneficia a ese mismo otro ideológico. La razón: mentiras sobre mentiras = todo dudas.

En el caso de las ideologías totalitarias no sucede de una manera diferente.

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Lo agradable de un recuerdo posible: tú como otro, al releer lo escrito y extrañarlo; dotado, en algún caso, de una claridad que tú sabes que no tienes, ni has tenido ni tendrás.

La proposición que vive por sí misma, la frase mantenida en el aire. Un vientecillo de felicidad.

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Lo agradable de un recuerdo real: poner el libro sobre el tablero de la improvisada mesa (una puerta de madera, con tirador y todo)... y olvidar ahora que no se podía leer. Pero eso no cuenta en el recuerdo real, satisfecho con el olor que (se) aventura en el piso alto (lugar físico) y en el desván de la memoria.

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(Hago frases con palabras cuyo sentido me cuesta descifrar cuando las dice otro.)

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Muy incorrectamente leída: la autobiografía de Chesterton (ed. El Acantilado)---

Supongo que hay que tomarse en serio a los grandes paradojales. Pero ¿no hay algo de impostura en el gusto explícito por la opinión que se sale de madre?

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