5 de septiembre de 2008

Las cosas del querer

Escribe Pavese una idea que apunta a lo precario de las relaciones de amor y amistad entre los seres humanos, y a su consiguiente discordia continuada casi sin tregua: lo insoportable de imaginar la actuación sexual de los otros. Esa obra teatral es insoportable para el que la considera. ¿Se ve él en la animalidad ajena? ¿O es que no quiere ni puede ni debe verse?
De lo cual se deducirá un corolario difícil de discutir: que no pueden gustar -realmente- las mujeres (o quien sea, según las normas vigentes) que se acuestan con otro.

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Guárdanos, Señor, de los sabios ad hóminem:

«¿Es así de sencillo? Eduardo Larriera, asesor en inteligencia emocional de la patronal de la enseñanza privada Acade, sonríe al responder que sí. Aunque discrepa en que se trate de una tarea fácil. De hecho, muchos la rechazan. "Me producen un cierto pánico los profesores que piden más disciplina y más mano dura, porque aún no se han dado cuenta de esa vía está equivocada. Y lo peor es que esos docentes nunca aceptarían asistir a un curso de inteligencia emocional, cuando en realidad son quienes más la necesitan", reflexiona.» (El país)

Asco y pena. Pena y asco.

Ps. O sea: que no le producen ningún pánico los profesores recalcitrantes, que puede que no sean para él más que petites quantités négligeables. Lo que debe ocurrir es que estas majaderías precríticas, que confunden swedenborgianamente fenómenos con noúmenos en un mismo gazpacho mental del tiempo, necesitan, para construir sus apariencias de argumentos, de un trasvase entre necesidad y libertad, entre condicionamiento y voluntad: así, algo tan elemental como que yo pidiera disciplina para poder dar clase -siendo el orden una de las condiciones del saber según la instrucción tercera cartesiana- revela tal magnitud en mi mal moral que obliga (vis naturalis) al emocionalista (para quien mis majaderías precríticas son su saber) a conceder al periódico que yo ejerzo libremente de fascista, y así todo el subconjunto docente partidario de cierto control y silencio en clase es asimilado a una horrísona troupe de camisas pardas.

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Hoy, en la mediterránea ciudad de A., capital de la provincia española homónima: otro libro de L. Bloy, Exégesis de los lugares comunes (Acantilado), que entiendo que me ha recomendado el autor en sus Diarios.

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Uff, menos mal...

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Pienso que la cita (sobre G. Lukács), moralmente, vale la pena.

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