Empleamos al maestro como instrumento crítico de la tardomodernidad. Aunque no según el plúmbeo conato, que murió con Don Quijote, de instalar el ideal en este mundo, recreando la desaparecida Atlántida en la manera de ínsulas baratas regentadas por paletos con buen sentido. Achaparrados para estar mas cerca del suelo, au contraire de Don Quichotte.
Empleamos al maestro con el bisturí de su tripartición estamental, esa que viene desde los indoeuropeos y que configura su legitimidad de estructura política con la pátina sombría de su inveterado origen. Ningún pasado nos merece respeto si no es para desenfocar el presente y desenfocarlo en sus quicios. (Que si se atreve, como presente, a hacerse selfies, estos sean selfies corridos.) Ocurre que este pasado inmemorial de momias asesinas, homeopáticamente visto o cayendo de cruz la moneda, reverdece para ajustar cuentas con este mismo presente que se ensoberbece de futuro y de condena. Que los tres estados que Platón o Sócrates trajeron a nuestra presencia una noche de fiesta inventada constituyen un esquema exhaustivo del futuro prometido. Una felicidad total, invocando a Santa Utopía, pero que yo me atrevo a imaginarme con la cara del Brazil de Terry Gilliam... Que estás, o estabas, en Almería, locus platonicus malgrado el eón que nos tocó en el sorteo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario