4 de octubre de 2014

Los sábados de Babel con mi don Antonio

Esta fotografía de 1975, en California:



(Babelia, en El País.)

No me queda más remedio, por lo que escribe de diarios y fotografías, de Cartier-Bresson y de Stendhal, que intertextualizar, que diría Racionero, a don Antonio Muñoz Molina:
En su diario visual, Stephen Shore /a quien pertenece la fotografía/ se parece a Cartier-Bresson y a esos escritores que observan, sin ninguna necesidad de ensimismamiento ni de ficción, exactamente todo aquello que ven, toda conversación que escuchan, todo encuentro que tienen, tan fascinados por la realidad y por la condición humana que casi no hay nada que no encuentren memorable. Son observadores en movimiento, cámaras andantes, y el hilo de sus relatos es el de las asociaciones de ideas e imágenes y el de las derivas del azar. El diario, más que la novela, es el espejo a lo largo del camino, y quizá por eso uno llega a la conclusión, con el paso de los años, de que Stendhal le satisface más como diarista que como novelista, cuando cuenta lo que acaba de pasarle o lo que se le acaba de ocurrir, el cuadro que ha visto en una iglesia de Italia y la ópera a la que asistió anoche en el teatro La Fenice de Venecia, la conversación con una dama atractiva, inteligente e inaccesible a la que ha conocido en una fiesta mundana.
Aunque se debería precisar o matizar lo siguiente:
Ni el boceto del dibujante más certero y veloz ni el apunte urgente de un diarista en su cuaderno podían competir con la inmediatez del disparo de un fotógrafo, con el relámpago sigiloso de una Leica o de una Rolleiflex. El acto de mirar equivalía a la plena expresión estética. 
Puesto que la inmediatez o efectividad de la instantánea fotográfica se consigue a costa de una relativa pasividad de la mirada. Lo cual no sucede con el trabajo del escritor, por mínimo anotador que sea su oficio. Vamos, en mi opinión.

Dan ganas de volar a repetir esta experiencia platónica de lo idéntico:
En los primeros años setenta, Stephen Shore viajaba a través de toda la anchura continental de Estados Unidos buscando con su cámara no lo excepcional, ni lo único, sino precisamente lo contrario, lo del todo idéntico, lo que se repite con tan aplastante monotonía visual en los paisajes de la vida americana, los lugares en serie del capitalismo y el consumo: los moteles, las gasolineras, los restaurantes de comida rápida, los centros comerciales, los aparcamientos.

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