25 de mayo de 2014

O. y G., J.

Un individuo superdotado, excepcional y un tanto “extravagante” como su afán de conciliar liberalismo y socialdemocracia. O en su radical ateísmo, entonces un verso suelto entre la élite que, pasada la guerra, le costaría la enemistad perpetua de la Iglesia y sus ideólogos. “Era sorprendente en términos históricos que alguien de primer nivel no oculte la ausencia de fe, y además deplore la condición de inferioridad de la moral católica. Él se autodefinía como aquel que aspiraba a una cultural laica y civil. El nacionalcatolicismo no odió a nadie como a Ortega. La Iglesia sabe que es la peor dinamita que ha engendrado la edad de plata, el peor ácido corrosivo de su legitimidad”.
Sí, él, don José. En el texto de El País anteriormente linkeado sobre la biografía de J. Gracia.

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