3 de junio de 2008

Cómo se fascina a los niños...

... para el resto de su vida:

A través de Arcadi Espada, leo y encuentro en la entrevista a Vinton Cerf, egresado de Stanford, doctorado en UCLA, hacedor de Internet, este párrafo extraordinario que tiene que ser un escándalo para los griegos tardíos del levante reseco y postconstructor (oui, Madame, c´est de moi que j´ai parle), puesto que anuncia con turbios reflejos la religión tan buscada:

"P.- Todo esto suena a ciencia ficción...
R.- Es divertido. Puede parecer que pisamos el terreno de la ciencia ficción, pero la cosa va, incluso, más allá. Recuerdo una frase del gran escritor Arthur C. Clark, autor de 2001: una odisea en el espacio, que tiene mucho que ver con lo que me pregunta. Mire, él decía que «toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». Y es perfecto. En ese sentido, Google es magia. Uno busca algo, lo más remoto, e inmediatamente aparece ahí. Pero detrás de ese fenómeno que podría ser casi paranormal hay miles de ingenieros y de ordenadores trabajando a un ritmo enloquecido... La magia requiere de un gran empeño, siempre ha sido así.
P.- ¿Aún le sorprende internet?
R.- Todos los días. Lo mejor de no saber mucho es que uno puede seguir aprendiendo."

Me parece que Mr. Cerf, el profeta, está diciéndolo claramente: un conocimiento idéntico a la magia, para iniciados, esotérico, algo totalmente alejado del saber ilustrado y democrático. ¿Hablo del XVIII? No, hablo de Atenas, y de su fin: los gobernantes, los tecnócratas; los productores, los consumidores.

El espíritu sopla donde le apetece: aunque lo haga en oráculos inintencionados como parece ser el de Cerf, Sumo Sacerdote.

PS. No he terminado de leer la entrevista.

***

[Claro, aquí debía venir una foto muy chula. Así que el comentario que pongo no tendrá ningún sentido. La culpa de todo la tiene la imposibilidad kafkiana, proceso o castillo, de comprar pilas. Bien, ya pondré la foto, Deo volente.]

Humorada

Le robaste a la tarde su fea decrepitud que espantaba. Aún esperabas que, por un giro divino del aire calmo y cálido, un resabio de belleza antigua restallara delante de tus ojos cansados. Vienen así los deseos incumplidos (luego, tarde, lo sabes): a suplir con final falsedad -no hay belleza en ningún sitio- una antigua [vieja] falta arraigada.

Ha enmudecido la voz -y es que el cuerpo estaba cansado. De repente se despereza de su sueño involuntario y habla como acordándose de que vive y recuerda. Se levanta y ora con mediúmnica certeza, desgajado del abrazo húmedo de la tierra. (Obligado a pensar que quien busca oro ha de contentarse con poco.)


No quiere sus besos todavía, que están hechos de [la] costumbre de siglos. Fijada la costumbre en las paredes, en la sombra ausente definitiva de los muertos, de todos. Cada vez que sueñas, éstos hablan. En la luz incidente en las viejas paredes abandonadas de las casas derruidas, hablan. Cada vez que callas, sorprendido en tu torpeza, hablan. Tu mediúmnica seguridad de voz prestada, a ellos les concede la palabra que quieren y no pueden.

Pero que no te sorprenda a ti ser tan frágil, si estás tan cerca de ellos: la buena filosofía enseña el aprendizaje de la ausencia.

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