3 de noviembre de 2007

Críticas escolares: Bartleby y compañía

De la decisión de no seguir escribiendo, y en definitiva de la opción por prescindir del lenguaje y el pensamiento, se ocupa este texto de Vila-Matas. El escritor inicia con este libro (que no sabríamos si denominar novela o ensayo) su personal aproximación a la posibilidad de una renovación de la narrativa que salga de los cauces acostumbrados, en la forma como en el contenido, del realismo social (que no socialista). Los intentos no vienen ex nihilo: no se está diciendo que no se hayan conocido experimentos formales en la narrativa española de las últimas décadas. Lo que ocurre es que siempre se había mantenido una última reserva, consistente en la clara demarcación entre lo que pertenece a los textos de ficción y lo que pertenece a los textos referenciales y, por consiguiente, en lo que alcanza a la manera en que deben ser leídos los textos. La crítica debía hacer, al respecto, de policía de fronteras. La subversión de los límites narrativos en la literatura española, de la metaficción a la autoficción, ha alcanzado en los últimos años del siglo XX un grado de desarrollo que no ha tenido más remedio que ser considerado por los críticos, incluidos los académicos. No se trata, evidentemente, de un proceso que haya transcurrido de forma líneal o fácil. Aquí también las primeras rupturas obraron con cierta timidez: el narrador podía jugar con su (id)entidad, llevarla indecisa del texto a la autoría y a la inversa. Pero las historias seguían ateniéndose a un esquema clásico, en el tema o en el tratamiento, de tal manera que una vez conocida la clave del juego uno podía seguir sin mayores dificultades los argumentos del texto. Echábase en falta, fuerza es decirlo, una voluntad más riesgosa, que no se achantara por escrúpulos de fronteras textuales (entre ficción, por una parte, y realidad de común experiencia, por otra) y que, desde la obra misma, confesara, a sí misma y al lector, su voluntad rupturista. Es decir, en el fondo, que hiciera cobrar conciencia de la seriedad que se contiene en el juego de la escritura, su obligarse a reglas incluso cuando las quebranta. Además, y es lo más importante, el sujeto que se responsabiliza, en el texto y desde el texto, debía cobrar unos perfiles mucho más enriquecidos que los que, hasta el momento, había ofrecido al público lector. En primer lugar, debía hacerse europeo, inscribiendo sus aporías en el marco de una cultura narrativa (artística, en general) de vanguardia que ha marcado lo mejor del siglo XX. En ese intento, que pasa por adoptar las diversas concepciones críticas y metacríticas acerca del estatuto ontológico del sujeto, y que podríamos relacionar con el trabajo de la filosofía lingüística, en torno a la obra de Wittgenstein, en ella, desde ella y contra ella, así como con otras reducciones, psicológicas, antropológicas o sociológicas, practicadas en el terreno de la espectacular racionalidad del ser humano, en ese intento -digo- el siglo XX no puede querer tener la patente de total originalidad creativa. Es el caso de Hermann Melville-autor y de Bartleby-personaje, presidiendo desde el título el empeño de Vila-Matas por deshacer límites y enriquecer, conforme a lo que demanda el tiempo histórico, el sujeto que vive y narra, con la mixtura de palabra y silencio (aunque a Vila-Matas -¿o es al narrador?- no le guste el dichtung final de Wittgenstein en el Tractatus) que se representa en algunas de las más interesantes obras narrativas de los últimos siglos: Melville, por supuesto, y luego el estallido, Walser, Kafka y todos los demás, conformando una nueva tradición que no pretende escribir la obra, sino los comentarios -notas al pie- a un texto inexistente por imposible. Dentro de esa tradición se encuentra el estupendo libro de Vila-Matas.

1 comentario:

Egoficción dijo...

Comparto casi todo lo que dices sobre el libro de Vila Matas, y me parece también muy acertada la imagen de la Literatura riguroso-rupturista como una indefinida e inacabable -honrada y escrupulosa; el sujeto y la obra se dicen/desdcen a cada paso- nota al pie del texto Universal, inexistente por supuesto. Sin embargo, me pregunto qué lugar (valor o función) queda para la poesía, la novela de formación, el aforismo, el relato/microrelato, y demás formas posibles de la neomodernidad callada y militante. Honradamente callada, militante frente a la dolosa superficialidad que nos rodea.
Algunas metáforas clásicas -me temo que todas ellas platónicas- debieran ser actulizadas e incluso pervertidas; la caverna y su Sol, la racionalidad como piloto de no se sabe qué nave, la mente como un lugar autofundante,privilegiado, el lenguaje (social, evidentemente) como el humus y el destilado de toda creación...