En la lengua -compartida, para salvarnos de la idiotez- se acumulan experiencias vitales: alegrías y tristezas revueltas. Experiencias comunes que nos vinculan. Recordándonos nuestra individual incompletud, la desazón que atenaza al átomo hombre.
(No me gusta tradición. Etiqueta perezosa para huir de la torpeza expresiva.)
Desligados de hecho, alegría y tristezas son como cenizas fantasmales. Pero ahí están.
De uno mismo se habla, sin atreverse a mentar lo único importante, la verdad de los hechos. Escribir para envolver...
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