16 de diciembre de 2021

 Sí, definitivamente, con más de cincuenta años a cuestas, a la espalda o en el lomo, es difícil hacerse a la idea de publicar un libro de poesía, aun de escribirlo.

Decía el mexica que quien encuentra la belleza en los versos es que busca la belleza en los cuerpos, pero quizás tergiverse sus palabras (puro veneno) y no era tan cínico lo que él escribía. No lo sé, está el libro donde lo declara en una de las múltiples habitaciones de la casa. Además, tampoco tiene importancia. Es su opinión. Nada más.

Debería encontrar el cuaderno para escribir los poemas, comprarlo en una de las librerías de viejo que aún se conservan en esta venerable ciudad. Y después pasar lo escrito -a mano- a máquina.

Hallar el tono, aunque ya no bebo ni fumo y solo me entretengo en mirar por la ventana. Algunos de los que pasean sí fuman, otros entran a las casas de empeño y a los bares. Ellos sabrán. Podría pasear, pero tengo frío y además es una ciudad circunvalada de carreteras, autocontenida. Imposible salir.

Casi nada creo, la indiferencia me ha ganado. Por eso no puedo quitarme el mal sabor, el mal cuerpo que se me vino encima cuando leí en el periódico lo de esos chicos en el bar, uno de ellos despidiéndose.

Aborrezco las riquezas del diccionario, el oropel malsano de los verbos, estériles ante la muerte.

El tono lo tendré que encontrar, no pensando, pero no pensar es una gracia, no algo que se busca.



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