15 de febrero de 2016

oficinas

(Madrid: oficina de cristal en el bosque; aquí.)

Sin duda estoy confundiendo noticias, o directamente inventándolas, pero creía recordar que el funcionario fantasma expedientado (vid. supra) debía desempeñar sus no funciones (o vegetar su ostracismo olvidado) en una oficina de cristal. No lo encuentro... (Inciso confesional: Yo no puedo ser novelista, amo demasiado la verdad como para proponer verosimilitudes e ilusiones realistas, suspensiones de incredulidad y demás pactos demoníacos. La única novela que yo salvaría sería la que registrara el esperpento. En el fondo soy un kantiano, pero Nietzsche tampoco debía amar las novelas.) Demasiado bello habría sido, con toda la tristeza y mezquindad y grisura que quieras /entendiendo por belleza la reconversión artística de lo existente). No, el funcionario no fue encerrado o enterrado en una oficina de cristal para que el observador fuera observado a su turno y vilipendiado por su no-hacer. Porque si así hubiera ocurrido, somos capaces de imaginar una teleología delirante: ¿cómo no iba a convertirse en un experto en Spinoza, el delirante, el maldito, el pulidor de lentes excomulgado, el bendito de los ateos?

Las traslúcidas manos del judío
Labran en la penumbra los cristales
Y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales).
Las manos y el espacio de jacinto
Que palidece en el confín del Ghetto
Casi no existen para el hombre quieto
Que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo
De sueños en el sueño de otro espejo,
Ni el temeroso amor de las doncellas.
Libre de la metáfora y del mito
Labra un arduo cristal: el infinito
Mapa de Aquél que es todas Sus estrellas.

("Spinoza", Jorge Luis Borges)

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