¿De dónde procede esa íntima satisfacción al culminar tareas rutinarias e irreflexivas? Quizás de nuestras obligaciones hacia los seres humanos, o de la ilusión de que nos vamos a dedicar a algo más provechoso. Así, por ejemplo, pergeñar un documento burocrático obligatorio lleva al sujeto desde el tedio o la molicie, dos formas de la vanidad, a las cimas surreales de la escritura automática, con buenos réditos para el logos que supervisa todo.
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